jueves, 29 de noviembre de 2007

Cervantes, premio Gelman


Miguel de Cervantes, profesor de secundaria en Alcalá de Henares (Madrid, España), localidad en la que nació hace 70 años, ha ganado el premio Juan Gelman de poesía. El portavoz del jurado, Juan Goytisolo, ha hecho público el fallo hoy a las cuatro de la tarde. Cervantes, que es un gran aficionado al teatro, pero siempre ha negado tener talento para la poesía, ha manifestado su sorpresa al conocer la noticia.


Juan Gelman: Premio Cervantes




La extranjera

La extranjera no sabe
que su sangre es su casa, que
todo pájaro suyo
sólo ahí puede cantar y abrir
alas de su verano y se abalanza,
alcanza, lanza, alza
como una sed de mundo
que no se puede apagar.
El pájaro encendido cuida
los huecos de la pérdida como
joyas perdidas sin remedio.
Canta allí, loco de luz, no renuncia
a mis monstruos, valiente.
La hora de los dioses
junta los pies
de ese camino.



de Oficio Ardiente

Aventuras de un profe de español en Oxford - Capítulo 2

- Papirotazo, en efecto. A este tipo de golpe propinado con el dedo índice se lo llama así porque era de este modo como se golpeaban los papiros hallados en Egipto a comienzos del siglo XIX para probar su resistencia y empezar a determinar su antigüedad.
Y al ver que nadie reaccionaba violentamente ni a nadie se le ocurría argüir que un solo papirotazo habría convertido en confetti cualquier papiro dinástico, sino que los alumnos tomaban nota y el colega inglés -aturdido sin duda por la grosera sonoridad de la palabra y tal vez embriagado por la repentina visión de un Egipto napoleónico- aprobaba mi explicación ("¿lo oyen ustedes? Papirotazo viene de la palabra papiro: pa-pi-ro, pa-pi-ro-ta-zo"), aún encontraba valor para insistir y completar la falsedad con una nota erudita:
- Es por tanto una palabra bastante reciente, que se asimiló a la más antigua capirotazo, como también se llama a ese golpe doloroso y vejatorio -y hacía una pausa para ilustrar el vocablo con un papirotazo al aire-, por ser el mismo que se acostumbraba propinar a los penitentes encapuchados durante las procesiones de Semana Santa, en la punta de sus capuchas o capirotes, para humillarlos.
Y mi colega siempre aprobaba ("¿Lo oyen ustedes? Ca-pi-ro-te, ca-pi-ro-ta-zo"). La delectación con la que algunos de los profesores británicos proferían palabras descabelladas en español no dejaba de conmoverme, y las que más les satisfacían eran las de cuatro o más sílabas. Recuerdo que el Matarife disfrutaba tanto que se olvidaba de la compostura y, levantando una pierna -la blanquísima canilla al descubierto por culpa de unos calcetines demasiado cortos y unos zapatos voraces-, la apoyaba con desenfado y no sin gracia sobre un pupitre vacío y la hacía balancearse al compás de su silabeo eufórico ("Ve-ri-cue-to, ve-ri-cue-to. Mo-fle-tu-do, mo-fle-tu-do"). En realidad hube de suponer, más tarde, que el aplauso de mis colegas a mis etimologías imaginarias era consecuencia de su excelente educación, su sentido de la solidaridad y su sentido de la diversión. En Oxford nadie dice nunca nada a las claras (la franqueza sería la más imperdonable falta, y también la más desconcertante), pero así lo comprendí cuando al despedirme de Dewar el Inquisidor tras mis dos años de estancia allí, me dijo entre otras pomposidades:

continuará...