miércoles, 28 de noviembre de 2007

A colación del texto de Marías

Tras la cerrada ovación que puso término a la sesión plenaria del congreso internacional de lingüítica y afines, la hermosa taquígrafa regogió sus lápices y sus papeles y se dirigó a la salida abiéndose paso entre un centenar de lingüistas, filólogos, eniólogos, críticos estructuralistas y deconstruccionalistas, todos los cuales siguieron su barboso desplazamiento con una admiración rallana en la grosemática.

De pronto, las diversas acuñaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica:
-¡Qué sintagma!
-¡Qué polisemia!
-¡Qué significante!
-¡Qué diacronía!
-¡Qué centrar ceterorum!
-¡Qué zungespitze!
-¡Qué morfema!

La hermosa taquígrafa desfiló impertérrita y adusta entre aquella selva de fonémas. Solo se la vió sonreír, alagada y, tal vez, vulnerable, cuando el jóven ordenanza, antes de abrirle la puerta, murmuró casi en su oído: ¡Cosita linda!

"Lingüistas" de Mario Benedetti

Como "haiga" uno de estos en clase...

Gramática en verso

Salud te digo, amigo, abierta mano
te tiendo al comenzar esta jornada.
("-Qué amable-me dirás-, gracias." "-De nada.")
Y en tanto que, fugaz, se va el verano

-sic fugit vita sin remedio, hermano-
te ofrezco una lección apresurada
de una nueva gramática avanzada
que enseñe a ser feliz en castellano.

Gastad todos los verbos transitivos,
usad las conjunciones a barullo,
de palabras de amor haced acopio,

mezclad rayos de sol con adjetivos...
Y que la noche os deje en un arrullo,
prendido al corazón, un nombre propio.


("Saluda Manolus Abbat a los gentiles que aprenden la hispana lingua
en el convento", Libro de buen folgar).

Aventuras de un profe de español en Oxford- Capítulo 1

Nos lo cuenta Jacobo Deza, protagonista de "Todas las almas" y posteriormente de la trilogía "Tu rostro mañana", de Javier Marías.

Los estudiantes sí hacían preguntas, en cambio, en las clases de traducción que les daba en la compañía alternativa de mis colegas ingleses. Los textos que estos últimos elegían para dichas clases (de nombre tan extravagante que de momento prefiero callarlo para no crear un enigma gratuito y ciertamente menor) eran tan rebuscados o costumbristas que con frecuencia tenía que improvisar definiciones espúreas para palabras rancias o herméticas que en mi vida había visto ni oído y que por supuesto los estudiantes no volverían a ver ni oír en las suyas. Palabras presuntuosas y memorables (concebidas sin duda por cabezas enfermas), de entre las que recuerdo con particular entusiasmo praseodimio, jarampero, guadameco y engibacaire (tampoco he logrado olvidar briaga, en un pasaje vinatero de lo más elegante). Aun a riesgo de quedar como un necio ahora que las he traducido al inglés y sé perfectamente lo que significan, confieso que entonces desconocía por completo su existencia. Aún hoy me admiro de su existencia. Mi papel en esas clases era más aventurado que en las conferencias, ya que consistía en hacer de gramática y diccionario parlantes, con el consiguiente desgaste para mis reflejos. Las consultas más arduas eran las etimológicas, pero al poco, y llevado de la impaciencia y los deseos de agradar, no tuve reparo en ir inventando etimologías delirantes, sobre la marcha y para salir del paso, en la confianza de que ningún alumno ni el colega de turno que me acompañaba tendrían nunca la curiosidad suficiente para comprobar más tarde lo verídico de mis contestaciones. (Y en el caso de que la tuvieran, estaba convencido de que también tendrían la compasión suficiente para no echarme el disparate en cara siguiente día). Así, ante preguntas que se me antojaban tan malintencionadas y absurdas como cuál era el origen de la palabra papirotazo, no tenía inconveniente en ofrecer respuestas todavía más absurdas y peor intencionadas.
continuará...