jueves, 31 de enero de 2008

Enterrados con su lengua

Cada dos semanas muere el último hablante de un idioma en algún punto de la Tierra.
La semana pasada falleció en Alaska Marie Smith Jones, un mujer de 89 años que fumaba como una chimenea. Con ella, se apagó un idioma. Smith Jones era la última hablante de eyak, una lengua utilizada durante siglos por los aborígenes del sur de Alaska.
Si no falla la estadística, la semana que viene morirá, en algún punto del mundo, otro último hablante. Los lingüistas asumen que en el próximo siglo desaparecerá el 50% de las 6.000 lenguas del planeta, lo que deja un balance de un idioma muerto cada dos semanas.
El fallecimiento de un idioma es proceso muy complejo, pero suele estar relacionado con la acometida de una lengua verdugo -como el inglés, el español o el árabe-, que irrumpe en los hogares tras la llegada de la televisión, un auténtico "gas nervioso cultural", según el lingüista Michael Krauss, que trabajó con Marie Smith Jones para rescatar el eyak. Unos pocos idiomas han acabado con la mayor parte de los 140.000 que han existido en la Tierra. En la actualidad, el 96% de la población mundial habla sólo el 4% de las lenguas.
Fósiles culturales
En el vórtice de esta gran extinción intelectual, los últimos hablantes se han convertido en mitos vivientes. En realidad, como explica el investigador del Instituto de Filología (CSIC) Ignacio Márquez, una lengua no muere con el último emisor, sino con el penúltimo: "La lengua del último hablante es un soliloquio". Puede morir, incluso, con el antepenúltimo. En noviembre del año pasado, dos ancianos mexicanos, los únicos parlantes de una variante del idioma zoque, dejaron de hablarse tras una pelea. Con el berrinche, sucumbió su lengua, desprovista de su principal función: comunicarse.
Es un caso aislado. Los últimos hablantes son conscientes de que son los únicos depositarios de la cultura de su pueblo. Como dice Márquez, "son una bendición, la última oportunidad de escuchar el sonido de una lengua". Muchos lo saben. Como el aborigen australiano Alf Palmer, que recibió a un lingüista japonés con una frase histórica: "Soy la última persona que habla warrungu. Cuando yo muera, la lengua morirá. Te enseñaré todo lo que sé, así que anótalo correctamente".


Muerte y moribundia de las lenguas
La investigadora del CSIC Sofía Torallas Tovar relata la historia de un filólogo español entre los últimos matacos
"Apenas queda en América pueblo indígena que no tenga contacto con los civilizados, con la consiguiente amenaza para el mantenimiento de lenguas y culturas". Así se manifestaba Antonio Tovar (1911-1985) en su Catálogo de las Lenguas de América del Sur, una de las obras de su vasta producción, en la que puso gran ilusión y muchos años de trabajo.
Pero yo quería ahora hablar de una de sus aventuras más apasionantes, de la cual surgió el libro Relatos y Diálogos de los Matacos, publicado en 1981. En él, recogió una experiencia única para un lingüista y filólogo. Y lo digo desde la perspectiva de los que estudiamos lenguas muertas, desprovistos como estamos del laboratorio vivo donde obtener la información necesaria para completar su conocimiento empírico.
Tras su estancia como profesor de lingüística en la Universidad de Tucumán (1958-60), en Argentina, decidió especializar sus esfuerzos hacia el estudio de una comunidad de indios, los matacos, los más antiguos pobladores del Chaco, un desierto del norte de Argentina y Paraguay. Y la elección de esta lengua se debió a que había encontrado un buen informante, Santos Aparicio, bilingüe, hijo de monolingües, pero ya padre de castellanoparlantes.
En sus estancias con los matacos, grabó sus relatos en cintas magnetofónicas, recogió y editó sus leyendas y mitos y, más importante aún, codificó la gramática que inmortalizaba su lengua ante la amenaza de la desaparición.
Así, en una conferencia en el Instituto de España en la década de 1980, decía: "El problema principal de las lenguas nativas americanas es que mientras algunas, como el quechua, son utilizadas por varios millones de hablantes, del orden de seis a ocho millones, hay otras múltiples de ámbito restringido o muy minoritarias que se encuentran en peligro de extinción".
Cuando uno se sumerge en las listas de lenguas en peligro que glosa el Ethnologue, puede pensar que el esfuerzo de "vestirse de explorador" -como le decía a Tovar su mujer- y marchar al Chaco durante semanas con los indios, para insuflar vida a una lengua hoy en situación muy precaria, es como luchar contra las olas.
Sin embargo, ahí queda plasmada la lengua mataca, en los relatos deliciosos del malvado e inmortal creador del mundo, Taqfwaj, que inventó las moscas porque se aburría, que redirigió el curso de las aguas primordiales con unos palos prodigiosos y que resucitaba, no como su lengua, después de cada aventura desafortunada.


«Es urgente una ecología lingüística»
El lingüista inglés David Crystal, autor de La muerte de las lenguas, pide un movimiento social para evitar la extinción de los idiomas
Imagine qué puede ocurrir si el inglés continúa creciendo al ritmo al que lo ha hecho. Quizás llegue un día en que sea la única lengua que pueda aprenderse. Si esto llega a suceder, será el mayor desastre que habrá conocido el planeta en toda su historia". Esto escribía el lingüista David Crystal (Lisburn, Irlanda del Norte, 1941) a comienzos de 1997, en el diario The Guardian.
El autor inglés se ha convertido en un estandarte del multilingüismo. En su libro La muerte de las lenguas (Cambridge, 2001), Crystal da cinco razones para salvar las lenguas. "Porque necesitamos la diversidad y porque las lenguas expresan la identidad, son depositarias de la historia, contribuyen al conocimiento humano y son interesantes por sí mismas", asevera.
¿Cómo llega una lengua a tener un único hablante?
Hay unas 50 ó 60 lenguas en el mundo de las que sólo queda un último hablante, según el catálogo de lenguas Ethnologue . Es un proceso natural, que llega cuando la generación anciana muere y no consigue transmitir su lengua a los jóvenes. Esto es lo que ha pasado con Marie Smith Jones, cuyos hijos sólo aprendieron inglés. Afortunadamente, la documentación sobre la lengua eyak es lo suficientemente abundante como para poder resucitarla, si las generaciones futuras lo desean. Este tipo de procesos de resurrección lingüística ha ocurrido varias veces.
¿Es necesario un movimiento para salvar las lenguas similar al ecologismo?
Una ecología lingüística es tan urgente como la biológica. La diversidad lingüística es un bien básico del ser humano. Cada lengua expresa una visión del mundo y qué significa ser humano, y cada lengua perdida implica la pérdida de una de estas visiones. Los argumentos son exactamente los mismos que aquellos utilizados en el ámbito de la conservación de plantas y animales, salvo que aquí hablamos de diversidad intelectual.
¿Hay lenguas verdugo que están borrando del mapa el resto de las lenguas?
Cualquier lengua dominante es una amenaza potencial para las lenguas minoritarias cercanas. En algunas regiones de África, las lenguas minoritarias están amenazadas por las dominantes, como el suajili o el árabe. El inglés ha sido la lengua más poderosa en algunos lugares, como Australia. En otros, ha sido el español, como en la mayor parte de Suramérica. Pero no me gusta emplear palabras como verdugo, sobre todo cuando hablamos de personas que utilizan estas lenguas para tener una mejor calidad de vida. La gente no escoge la ejecución.

Público, 31 de enero de 2008