sábado, 2 de febrero de 2008

400 millones

A pesar de mis décadas en Madrid, no me he habituado a entrar en un bar y pedir una pulga. Prefiero decir montado o, directamente, bocadillo. La idea de engullir una pulga me tira para atrás. Recuerdo, enseguida, una escena en el mercado mexicano de Taxco, ciudad íntegra y deslumbrantemente barroca: un vendedor entreabría un cilindro chato de metal y sacaba, vivos, unos bichitos parecidos a las pulgas y llamados chapulines. Comestibles, como lo oyes.
Al revés, una paisana mía recién llegada intentó, en vano, que le dieran una tostada con mantequilla porque insistía en pedir pan con manteca (lo que allí denominamos grasa). El camarero, desolado, acabó rabiando por la insistencia de la muchacha. Luego me confesó que nos suponía, a los argentinos, por nuestra afición a la carne, comedores de humanas mantecas.
Igual de azorado, orillando el llanto, quedó otro camarero de esta corte cuando un amigo mexicano le pidió (sic) "una etiqueta negra sobre las rocas", o sea, un whisky con hielo. Por suerte, traduje y todo se pudo encaminar. En mis principios madrileños aprendí a decir croissant en francés en lugar de media luna, en castellano. Exagerados los sudamericanos, me vaciló una amiga, se desayunan con la mitad de la luna. Luego supe que las arvejas son guisantes en Castilla y arvejos en Asturias, en tanto las patatas de la meseta son, como tras el mar, papas en Andalucía y, si las cuece un gallego, se tornan cachelos. Me dirás, lector/a, que tanto da un vocablo que otro. Sí, para un lingüista. Para un hablante, no. Si digo guisante no evoco las manos de mi madre abriendo las verdes vainas y desgranando las arvejas. Las palabras tienen aroma, sabor, ecos de voces inolvidables. En Canarias volví a comer un puchero, algo similar al cocido madrileño pero con mazorcas de maíz que los isleños denominan a la portuguesa, millo. ¿Es el melocotón lo mismo que el durazno? Vuelvo a lo anterior. Aquella tarde, su boca supo a durazno y lo sigue sabiendo en mi memoria.
Si somos cuatrocientos millones los que, ahora mismo, estamos usando la misma lengua, natural resulta esta variedad. Tiene algo de laberinto pero poblado de tesoros. Y nadie nos ha pagado para explorarlo, conservarlo, ensancharlo. Como la vida misma.
Blas Matamoros.