Es el principio del cuento "Mamá", de Quim Monzó.
Teníamos diez años, eran las horas previas a la entrada y estábamos en el patio jugando al frontón con la pelota de Xavi, una pelota de tenis que en un tiempo debió de ser blanca pero que desde hacía como mínimo dos años -que es cuando empezamos a jugar al frontón antes de las clases- era, más que gris, sucia de tantas manchas. Después, con la celeridad de la infancia, de repente dejamos el frontón y nos pusimos a jugar al escondite, sólo un rato porque, cuando los de quinto se fueron y quedó libre una de las porterías de balonmano, fuimos hacia allí enseguida y montamos un partidito de fútbol, tres contra tres: Juanito, Xavi y Albert contra Pep, Garrido y yo. Entonces, cuando llevábamos un ratito jugando y cada vez se acercaba más la hora de entrar en clase, llegó una pelota alta y Juanito y yo saltamos a la vez para rematarla, con tanta fuerza que chocamos -la cabeza de uno contra la cabeza de otro: catacroc- y Juanito me miró de través y me dijo: "Hijo de puta", muy bajito; y yo me quedé de piedra.
Pero ya sonaba el timbre que anunciaba la hora de ir a clase y cogimos las carteras y fuimos subiendo, Juanito y yo frotándonos la cabeza. El golpe había sido tan fuerte que seguro que nos salía un chichón. Yo no le decía nada a Juanito, pero no me podía sacar de la cabeza lo que me había dicho. Me había dicho "hijo de puta", y no podía dejar de pensar en ello. Qué quería decir exactamente la palabra "puta" lo sabía desde hacía un par de años porque lo había buscado en el diccionario Rancés en aquella época en que buscaba todas esas palabras, no tanto porque no intuyese su significado como porque encontraba un gran placer viendo cómo las definía el diccionario, siempre de una forma tan pulcra que hasta cuando buscabas "follar" te lo explicaban de forma aséptica. Y entonces, sabiendo como sabía qué quiere decir exactamente "puta", quedaba claro que, aplicada en genitivo al nominativo "hijo", sólo podía querer decir una cosa: que mamá era puta.
Es evidente que ahora, tantos años después, sé que "hijo de puta" es un insulto que se utiliza independientemente de que la madre de aquel a quien se quiere ofender sea puta o no. Ahora sé que, cuando alguien le dice a otro que es un hijo de puta, tanto el que insulta como el insultado son conscientes de que no necesariamente la progenitora es puta, porque, de hecho, no se enuncia ninguna verdad, ni eso importa a nadie. Lo que importa es el animus iniuriandi, y así es como todo el mundo lo entiende. Pero entonces yo tenía diez años y, aunque ahora parezca imposible, era otra época -de juguetes de lata y de radios gramolas- y no había oído nunca que nadie le dijese "hijo de puta" a nadie. Quizás porque siempre había llevado una vida tranquila, entre casa y la escuela (como máximo, alguna visita a casa de algún amigo), y no había ido nunca a ver ningún partido a ningún campo de fútbol ni había visto peleas en la calle, y en la escuela todos éramos demasiado educados para utilizar este tipo de expresiones, ni aun por rebeldía. Pero todo eso lo sé ahora que los años han pasado, que soy mayor y no me queda nada por oír; entonces no lo sabía ni podía saberlo, y por eso la frase de Juanito, cuando nuestras cabezas chocaron no podía entenderla de ningún otra forma que no fuese una confesión. Juanito me confesaba una verdad que yo desconocía, y había aprovechado aquel momento de proximidad máxima precisamente para avisarme sin que nadie se diese cuenta, y quizás también porque el hecho era tan grave que, en circunstancias normales y sin aquel contacto directo, no se habría nunca a contarme que había sabido que mi madre se ganaba la vida ofreciendo su cuerpo a los hombres a cambio de una gratificación económica. Yo me imaginaba en la situación de Juanito -si hubiese sabido, por ejemplo, que su madre era puta- y es muy probable que hubiese actuado igual. Es casi seguro que no habría tenido el valor de decirle que su madre era puta, así, sin más ni más, en medio de un pasillo de la escuela o cuando a veces caminábamos juntos un trozo del trayecto de vuelta a casa...
martes, 4 de diciembre de 2007
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2 comentarios:
Nuestro conocimiento cambia nuestra visión del mundo. Si no hubiesemos dado pragmática, este texto hubiese pasado para nosotros como otro cualquiera. Muy bueno.
Hay que ver cómo los niños vivimos las cosas intensamente; las palabras para nosotros son lo que dicen no lo que presuponen...
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